EN NUESTRA OPINIÓN: Frente al ébola: ciencia,
no política
La paranoia sobre el ébola llegó
a un nivel peligroso la semana pasada cuando el gobernador de Nueva Jersey,
Chris Christie, impuso una regulación de cuarentena obligatoria a la enfermera
Kaci Hickox, que tuvo fiebre después de regresar a este país tras una estancia en
África Occidental para combatir el ébola, pero que no había contraído el virus.
Afrontando fulminantes críticas y
la posibilidad de una demanda, Christie cedió esta semana y la enfermera fue
trasladada en avión privado a su casa en Maine. Sin embargo, su acción inicial,
por la que Hickox tuvo que pasar el fin de semana en una carpa transparente con
un inodoro y un lavamanos, pero sin ducha, sentó un mal precedente.
El gobernador de Nueva York,
Andrew Cuomo, al principio hizo lo mismo, pero después dio marcha atrás y
permitió que los profesionales de la medicina que han tratado a pacientes de
ébola pero que no muestran síntomas de la enfermedad, se queden en sus casas y
reciban compensación por los ingresos perdidos.
Aun suponiendo que los
gobernadores tenían la mejor intención —es mejor precaver que lamentar— y
ningún motivo político, sus acciones eran injustificadas. Los médicos,
enfermeras y otros trabajadores de la salud que combaten el ébola en su punto
de origen en África, deben tratarse como héroes altruistas, no como criminales.
Las medidas hostiles contra
personas que no tienen síntomas y probablemente nunca los tendrán solo sirven
para alentar la histeria del público, no para mejorar la salud pública. Esas
acciones también tienen efectos contraproducentes: pueden limitar la cantidad
de personas dispuestas a responder a la emergencia en África Occidental.
Como el presidente Obama señaló
el martes, la mejor forma de contener el ébola, de evitar el contagio en este
país, es deteniendo la enfermedad donde comenzó, lo cual requiere la presencia
de trabajadores médicos norteamericanos en países como Liberia y Sierra Leona.
Estos voluntarios encabezan la respuesta
internacional a una posible epidemia mundial que se propagó inicialmente
precisamente por la falta de médicos, enfermeras y recursos.
Estigmatizar a estos
profesionales solidarios cuando regresan a casa desalienta la participación
activa en el combate contra el ébola.
Y además, las medidas extremas no
son necesarias. Solo dos personas han contraído ébola hasta ahora en suelo
norteamericano: las dos enfermeras de Dallas que atendieron a un paciente
infectado con el virus en África Occidental. Hoy, las dos enfermeras están
libres del ébola. Del total de siete norteamericanos tratados hasta ahora por
ébola, todos han sobrevivido. Estos casos no justifican imponer cuarentenas y
tomar medidas similares contra un grupo de personas que no muestran síntomas de
la enfermedad.
En la Florida, el gobernador Rick
Scott ha emitido una orden ejecutiva que exige que cualquiera que venga de
países con brotes de ébola sea examinado dos veces al día por tres semanas.
Esta medida excede la medida de los Centros para el Control de Enfermedades que
requiere una “supervisión directa y activa” de los que están en riesgo de
contraer ébola.
La precaución puede estar
justificada, pero como demuestran las acciones en Nueva Jersey y Nueva York, es
importante dejar fuera la política.
La respuesta del gobierno debe
basarse en la ciencia, no en los temores del público. Si el personal médico
norteamericano logra detener el ébola en África, el público aquí no tendrá que
preocuparse.
El ébola, más que un virus
El, ébola, como el sida, es más
que un virus y que una enfermedad. El sida afectaba más a ciertos grupos
sociales muy influyentes y poderosos que al resto y el ébola afecta a todos los
grupos sociales y, hasta ahora, se ha cebado sólo en etnias africanas sin
influencia ni poder y en grupos de gente generosa: cooperantes y misioneros,
quienes ponen en peligro su vida por amor a los demás. El neopopulismo, siempre
en contra de las migraciones, ahora tiene un argumento más para estar en contra
de los inmigrantes procedentes de África Occidental por ser el foco del ébola,
un peligro para el mundo blanco que viene del mundo negro.
Mientras permaneció encerrado
dentro de las fronteras y no salió de África, no era un peligro; ahora que las
saltó, han saltado todas las alarmas. El ébola es como un ser embozado, no se
sabía nada, ni de dónde venía, ni a dónde iba, ni qué podía dar de sí. El
acontecimiento del ébola es una de las consecuencias y un indicador de la gran
transformación y de los cambios vertiginosos que están afectando al mundo. El
epicentro de este acontecimiento radica en la malignidad, la rapidez y el
desconocimiento del modus operandi del virus y la facilidad de las
comunicaciones entre pueblos y continentes. Los infectados son muchos más de
los que las instituciones nos quieren hacer creer. En muchos lugares azotados
por el ébola no existen registros o son muy poco de fiar. Además, dado que
algunas etnias lo consideran un castigo divino, ocultan a sus enfermos.
La conexión de las cosas y las
personas en una red mundial conduce a una era de bienes y males compartidos.
Las plagas y las pestes se extienden con más facilidad y rapidez que el
descubrimiento de sus remedios. No saber nada de algo que existe y es peligroso
crea un estado de angustia social, una alarma como en su día la creó el sida. A
este miedo hay que añadir que, ya algunas personas procedentes del África amenazan
y chantajean con contagiar el ébola. Cuando en un avión se corre el rumor o la
noticia de que un viajero tiene el virus, el pánico se adueña del pasaje y de
la tripulación.
Muchos tertulianos, quiero decir
charlatanes, dicharacheros, babean cuando hablan del determinismo, de la
incertidumbre, del azar que rigen nuestras vidas, pero a la hora de estudiar un
caso olvidan todas sus teorías que le sirven para darse el pote de progres y
arremeten como toros ciegos contra todo lo que se les pone delante. A algunos
les oí citar revistas científicas y opiniones de científicos sin decir nombres
ni dar referencias de ningún tipo. Han logrado manifestaciones, histerias,
gritos, atropellos a las puertas de los hospitales. Una vez más se confirma que
los que tienen algo que decir guardan silencio y aquellos que deberían callar,
por no tener nada que decir, hablan sin parar. La masa habla del ébola, como en
su día hablaba del sida, no por lo que oye a los científicos y a los estudiosos
del tema sino a los tertulianos que, a su vez, hablan de oídas oscureciéndolo
todo, dando por sabido lo que no sabe nadie. Es evidente que problematizar la
situación es parte de su solución cuando los planteamientos se ajustan a la
realidad.
En momentos de crisis
emocionales, sentimentales, económicas, políticas, sociales, científicas, los
sentimientos y las emociones son malos consejeros. Las decisiones ponderadas y
equilibradas se toman con la mente fría y bien informada. «En tiempo de crisis,
no tomar decisión», se podría traducir el célebre dicho de San Ignacio. Los
graves problemas como el ébola hay que estudiarlos en todos sus elementos para
poder tomar decisiones que lleven a la solución. Los científicos no daban
crédito a la verborrea de los políticos, de una parte y de otra, sin que
ninguno supiera nada. Algunos políticos no han estado a la altura, otros se han
rebajado al nivel de carroñeros. Las declaraciones del Consejero de Sanidad de
la Comunidad de Madrid no hicieron más que agravar la situación.
Visto desde fuera y con distancia
para analizar, el comportamiento de Teresa en algún momento ha sido chocante.
Por ejemplo, en su domicilio ya había tomado precauciones y cuando llega al
médico no le dice nada. «La confesión de Teresa despeja una duda fundamental
pero no diluye responsabilidades», se ha escrito en la prensa. ¿Cuántos de los
que han hablado, escrito, se han preguntado si han respetado la intimidad de
Teresa y si han puesto su salud por delante de todo otro interés? ¿Cuántos
antes de abrir la boca se preguntaron si lo que iban a decir podría ayudar a
Teresa o a mejorar la situación global? ¿Cuántos han tratado de ponerse en la
piel, considerar su angustia y la de los suyos; su soledad impenetrable y el
bochorno de verse convertida en arma política?
El mundo rico quiso ignorar que
en el mundo globalizado los problemas son globales y que los virus, como las
ondas, son como los flujos económicos, no reconocen las fronteras y viajan sin
permiso de nadie. Un problema global sólo puede solucionarse con soluciones
globales aunque sea cierto que se puede luchar localmente contra problemas
globales. Y en el mundo rico no existía el ébola; a pesar de que todo el mundo
era consciente del problema, nadie trató de ponerle remedio porque estaba lejos
y no era un peligro para nosotros. Si algo positivo tuvo el hecho de que haya
saltado a Europa es que forzó a los países ricos a interesarse por el asunto y
ponerle remedio, porque ya no está a la puerta sino que ya ha entrado, pero no
se solucionará mientras no se erradique el foco originario, el manantial, el
reservorio natural. Los controles en las fronteras y aeropuertos sólo lograrán
calmar la ansiedad de la población pero no erradicar el mal.
El ébola transformó la agenda
política y los programas de los medios de comunicación, barrió de la parrilla
al nacionalismo catalán y las tarjetas opacas. Llegó ahí, alguien lo arrojó,
está entre nosotros. Nadie en Europa ni en ninguna parte del mundo estaba
preparada para hacer frente a la emergencia del ébola porque nadie está
preparado para algo que no existe. Es una situación desconocida por nueva;
hasta aquel momento prácticamente lo único que se sabía era que su
comportamiento variaba de una situación a otra y de un momento a otro en el
mismo enfermo, por eso se puede decir que el mismo enfermo sufre muchas
primeras veces (por los cambios del virus).
El acontecimiento, además del
sufrimiento imponderable de los afectados, está en la interpretación que hagan
del caso los políticos y el cambio que ha supuesto en el mundo occidental frente
al grave problema del ébola. Los políticos seguirán tratando de sacar partido
del sufrimiento que haya sembrado, y lo convertirán en bandera, unos porque lo
han frenado y los otros porque lo dejaron llegar, los unos porque murieron
pocos o nadie y los otros porque pudieron haber muerto más o algunos. El
accidente fue una tragedia, la cobertura mediática un drama sensacionalista y
la actuación del Gobierno un fiasco. Creo que habría que pedir
responsabilidades a las aves de mal agüero que han sembrado por doquier y sin
pudor alarmas innecesarias. Los más alarmistas son siempre los más inoperantes.
Todo ha sido un poco catastrófico
hasta que el Comité Científico tomó las riendas del asunto. Ahora se trata de
abrirlo en canal, destazarlo, destriparlo para saber qué es. Y eso sólo lo van
a lograr los científicos con estudio y con medios. Los científicos aprenden por
aproximación y tanteos, errores y aciertos. Los descubrimientos puede que no se
den de buenas a primeras, y porque nadie es infalible, hay que admitir que en
el camino se den fallos humanos y estructurales. En este caso, los tratamientos
son experimentos sin haber tenido tiempo de comprobaciones que garantizan los
medicamentos. Los científicos terminarán poniendo remedio a la epidemia porque
se acercan a ella con el único propósito de ponerle remedio.
Manuel Mandianes es antropólogo
del CSIC, escritor y teólogo. Autor del Blog: Diario nihilista. Su último
libro: Viaxe sen retorno (Ediciones Sotelo Blanco).